martes, 14 de diciembre de 2010

Jean Bouvet

«Un día, me dio por transformar cosas pequeñas;
transformaba un dolor en coma; convertía un alivio
en signo de exclamación; transformaba una esperanza
en interrogación. Me gustó. Me sentí medio hechicera.»


LYGIA BOJUNGA NUNES, El trueque y la tarea


El domingo pasado, restructurando la ubicación de algunos de mis hijos, debido a la compra de una librería nueva para la pared azul de casa, me encontré con Jean Bouvet en mis brazos. Hacía muchos años que no lo veía.

Por la tarde, después de librar durante todo el día la batalla por el espacio, me senté delante del ordenador, el corazón me dio un vuelco y una risa nerviosa se apoderó de mí tras leer lo que mi amigo P. acababa de escribir en mi muro del Facebook:

«Yo tampoco [me lo puedo creer]: acabo de leer a Jean Bouvet.»

Pensé que las casualidades no existen y con la sonrisa aún incrustada en los morros, fui a mi recién estrenada librería y rescaté el pliego de cerca de cien hojitas de Jean Bouvet. Aprovechando que Xavi estaba acabando cosas en el ordenata, lo leí enterito de de una sentada.


Durante la segunda mitad de 1999 estuve escribiendo entre Barcelona, Vigo, Montpellier y Avinón lo que acabó siendo un cuento largo o una novela corta —ahora lo miro con ojitos cariñosos: apenas es un folleto...—. Aunque entonces no me dio ninguna vergüenza y tras largas correcciones, lo imprimí en casa, hice treinta o cuarenta copias (a fotocopiazo limpio), las encuaderné en espiral (mis medios económicos eran bastante lamentables en el 2000) y las vendí por mil pelas cada una. ¡Con un par!

En 1999, yo tenía 21 o 22 años, y pensaba que el amor era algo más cercano a Lorca que a Punset, que las drogas se podían controlar, que Aznar no sería reelegido presidente del Gobierno y que en la belleza infinita de V. se gestaba todo el dolor que el cosmos me tenía preparado.

Así que, evocando un relato de Bojunga Nunes, me puse a escribir para transformar el dolor demasiado grande en algo más concreto y abarcable: Iba a matar a V.

Aunque fuera a través de una ficción, el material con el que esa ficción iba a ser construido era bien real, y si hacía caso del relato de Bojunga, me iba a quedar muy descansadito (a pesar del tono trágico de su relato). Así que aproveché y, usando cosas que había escrito el año anterior, generadas en su momento por mi desaforado amor por X., lo maté también a él.

Así conseguí construir una historia simple, aunque no exenta de recovecos y algún que otro misterio, que, leído diez años después, resulta más bien pequeñito. Aunque no voy a renunciar a la belleza que llena esas páginas. Yo mismo me he sorprendido de lo bonito que suena todo, y el poemario final es casi un tratado de metafísica del amor. Me sorprende que entonces tuviera tales preocupaciones (!).

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