Hace unos años conocí a F. a través de la red. Chateábamos noche sí y noche también. Hablábamos de la vida; de la nuestra y de la de los demás. Estábamos cansados de la mezquindad humana y nos consolábamos. Acabamos amándonos de un modo suave, en la distancia. Nos enviábamos música y tesoros y llorábamos escuchando canciones simultáneamente. Nos las enviábamos a través del
Messenger y sincronizábamos la escucha ("3, 2, 1... ¡ya!"). Hasta que un día nos enviamos
cosas. Cosas
de verdad. Yo le mandé un DVD con mi espectáculo y una postal o algo así, creo. Él me envió el
Elogio de la sombra de Tanizaki con una fotografía preciosa en su interior —F. es fotógrafo—; una fotografía del arranque de una escalera donde la sombra, la ausencia, era lo más llamativo por enigmático y misterioso. Una vibración arcana sobrevolaba el aire de esa fotografía. Una quietud tensa, una oscuridad acerada, de una materia más dura que la oscuridad real. Enmarqué la fotografía con mis propias manos, incluso fabriqué el
passepartout yo mismo con cartón-pluma y un bisturí afiladísimo. Compré un marco oscuro para que el color crema del
passepartout quedara prisionero entre las sombras de la fotografía y la madera del marco, y colgué el cuadrito en la pared de mi habitación. Aquella noche F. paseó por mi casa a través de la red, su ojo era el ojo de mi cámara-web. El portátil y el WIFI acabaron de hacer posible el milagro del paseo a distancia. Aquella noche, decía, le mostré mi casa a F. y terminé encuadrando su fotografía enmarcada en mi pared, enmarcada a su vez en la pantalla del ordenador. Le dije que aquello tendría consecuencias y le pedí una fotografía, un autorretrato. F. se mostró reacio y resistió todo lo que pudo, pero terminó accediendo y me citó el día siguiente por la noche para enviármelo. Así quedamos y así lo hizo. Lo que recibí fue una fotografía del cristal de un vagón de metro donde una mancha con forma humana se revelaba de entre la oscuridad (nunca mejor dicho) y hacía una foto al espectador. El muy pícaro se había hecho un retrato desvanecido, un retrato donde la sombra y la luz conspiraban conniventes para ocultar la identidad del fotógrafo. Entonces se me ocurrió devolverle su hazaña —según me contó, no se llevaba demasiado bien con su propia imagen y aquella fotografía era el primer autorretrato que F. hizo (o mostró) en muchos, muchos años—. Y se la devolví haciendo lo que mejor sé hacer: un montaje musical.
En el video, la pieza de Arvo Pärt
Spiegel im Spiegel («El espejo en el espejo») se desarrolla al mismo tiempo hacia delante y hacia atrás, unificando el inicio y el final en un instante doble que es el mismo instante reflejado en su opuesto: «Es igual, pero no es lo mismo». Al mismo tiempo, el autorretrato que F. me regaló emerge de la sombra, de la nada, apareciendo primero como una mancha sin forma, sin contorno, totalmente acorpórea, para acabar explotando en un larguísimo fundido a blanco, puro y saturado al 100%. El defecto de posterizado en el
renderizado final del video añade un enfasis a la mediatización de la imagen: la fotografía es luz, sí, pero no
solamente luz. Hay una física incómoda, insalvable —algo grotesca,
même— en la fotografía: el papel impregnado de nitrito de plata de antaño, la configuración del esquema de colores de pantalla y la definición a tantos
píxeles por centímetro cuadrado de hoy; en definitiva el trabajo del
artesano fotógrafo, que no es más que las manos, el trabajo manual del
artista fotógrafo. No hay más misterio. El resultado aún me maravilla (recuérdese que este blog, al contrario de
Meter Barriga alberga cosas que hinchan mi orgullo) y no puedo empezar a mirar este trabajo sin verlo hasta el final.
Recomiendo verlo a pantalla completa, a oscuras, con un buen sonido y previendo —e inhibiendo— posibles interrupciones (cargar completamente antes de reproducir, desconectar teléfono, encerrar a los niños en la mazmorra, sedar a la suegra...). Yo ya le he pedido permiso al auto-retratado para su pública exhibición y él, claro, me lo ha dado gustoso. Así pues, les presento a F.,
mi sombra, y verdaderamente todo un caballero. Que lo disfruten.